Consecuencias en la Paeria

La depuración, como forma de exclusión del adversario político y de control ideológico, constituyó una de las facetas más significativas de la represión. Fue una forma de coacción que pretendía el sometimiento total de los trabajadores al nuevo régimen mediante la penalización o amonestación por motivos políticos y sindicales.

El principal objetivo de la depuración era alcanzar un elevado grado de fidelidad política en todos los escalafones funcionariales. Por un lado, se buscaba el castigo de todos aquellos empleados contrarios a la revuelta militar, por otro, la intimidación de los indecisos y, por supuesto, la promoción de todos aquellos adictos al nuevo régimen.

No sólo sirvió para reprimir a los contrarios sino que permitió disciplinar al funcionariado y subordinarlo jerárquicamente, exigiendo “de facto” la adhesión incondicional al nuevo régimen. No es casualidad que en el acta del Pleno de 19 de enero de 1940 se acordara que “... ... se vería con complacencias por este Consistorio, que los funcionarios depurados, como una prueba de su afección al Movimiento, soliciten ser afiliados en FET y de las JONS”.

Sin embargo, los expedientes de depuración también deben ser analizados desde la vertiente humana, teniendo presentes las realidades que les tocó vivir a los trabajadores públicos. Funcionarios que después de haber superado un proceso de depuración del todo subjetivo y arbitrario, volvían a su puesto de trabajo, en medio de un clima estresante y enrarecido, con unas dinámicas muy complicadas entre compañeros.

Un día a día laboral caracterizado por la amenaza constante de poder ser delatados o recibir cualquier tipo de sanción administrativa si no se mostraban completamente fieles y sometidos a la jerarquía. Y, con unos servicios municipales infradotados de personal, que debían hacer frente a la reconstrucción de una sociedad de posguerra gravemente destruida y unas administraciones locales vacías de funciones por la vía del estrangulamiento de las haciendas locales.